CAREM y SMR: dilemas estratégicos del plan nuclear argentino

CAREM y SMR: dilemas estratégicos del plan nuclear argentino

¿Abremos aprendido las lecciones del pasado?

Un regreso global a la energía atómica, ahora en formato modular

La energía nuclear vuelve a ocupar un lugar protagónico en la transición energética. El motor de este revival son los small modular reactors (SMR), sistemas compactos que prometen menores costos de inversión, construcción seriada en fábrica y flexibilidad para operar en redes eléctricas de distinta escala. Países como Estados Unidos, Canadá, Francia, Corea del Sur y China están acelerando programas de SMR para cubrir picos de demanda, reemplazar plantas fósiles y descarbonizar procesos industriales.

Argentina, país con trayectoria nuclear y know‑how propio, aspira a subirse a esa ola con el CAREM y, más recientemente, con el “nuevo plan nuclear” anunciado en diciembre pasado. Esta columna revisa las lecciones que deja el CAREM, analiza el giro oficial hacia diseños SMR de 300 MW y discute qué condiciones se necesitan para que la apuesta no quede, otra vez, a mitad de camino.

CAREM: una idea pionera atrapada entre crisis y cambios de agenda

La génesis del CAREM se remonta a 1973, cuando la Armada Argentina acordó con la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) explorar propulsión nuclear para submarinos. El proyecto militar se abandonó, pero la ingeniería acumulada inspiró en 1984 el diseño de un reactor modular civil: Central Argentina de Elementos Modulares (CAREM).

En las cuatro décadas siguientes la iniciativa atravesó vaivenes que marcan las fragilidades de la política científica local:

  • 1984‑1999 – Concepto y diseño preliminar: avances intermitentes, afectación presupuestaria por hiperinflación y reforma del Estado.
  • 1999 – Ley 25.160: se autoriza el financiamiento, pero la crisis de 2001 congela la ejecución.
  • 2006 – “Reactivación del plan nuclear”: con la economía en recuperación, el Gobierno retoma la agenda nuclear y acelera el diseño definitivo.
  • 2009 – Ley 26.566: declara al CAREM de interés nacional y delega a la CNEA su construcción.
  • 2014 – Inicio de obra civil: el proyecto sale del tablero; al 30‑nov‑2024, la obra civil superaba el 85 % según datos oficiales[1].

El problema es que el avance físico no se tradujo en una planta cercana a su fuel loading. Según el actual presidente de CNEA, Guido Lavalle, los grandes hitos de obra corresponden a hormigón y estructuras, mientras que los componentes nucleares –vasija, sistemas de seguridad, instrumentación– presentan escasos progresos. Peor aún, el CAREM‑32 (32 MW eléctricos) sería hoy “un reactor de demostración” con costos de construcción desalineados de la lógica SMR, cuyo atractivo reside justamente en plazos cortos y CAPEX reducido.

El nuevo plan: SMR de 300 MW y una ventana de cinco años

En diciembre 2024, el Presidente presentó el “Plan Nuclear Argentino” acompañado por Demian Reidel –jefe del Consejo de Asesores y nuevo titular de Nucleoeléctrica Argentina (NA‑SA)– y por Rafael Grossi, director general del OIEA. El corazón del anuncio es el desarrollo de un SMR nacional de ~300 MW, diez veces la potencia del CAREM y, según Reidel, con proyección comercial hacia 2030.

La hoja de ruta oficial se asienta en tres premisas:

  1. Mercado en expansión: el spot global para SMR se abriría con fuerza en los próximos 5‑10 años; quien disponga de un prototipo operativo podrá licenciar diseños y vender plantas “llave en mano”.
  2. Ventaja tecnológica adquirida: la experiencia del CAREM y el capital humano de CNEA‑CONUAR‑INVAP colocarían a Argentina un escalón por encima de otros emergentes.
  3. Alianzas estratégicas: NA‑SA ya explora convenios con Francia, Corea y Canadá para intercambio de ingeniería, financiamiento y mercados.

Dudas razonables y críticas opositoras

Desde sectores opositores –e incluso de técnicos dentro de CNEA– se sostiene que la descalificación del CAREM sería un pretexto para desfinanciar toda la cadena nuclear. Señalan:

  • Caída presupuestaria 2024: los créditos vigentes apenas cubren salarios y mantenimiento, sin fondos para equipamiento.
  • Ausencia de decretos o licitaciones que formalicen el nuevo plan.
  • Riesgo de fuga de talentos: ingenieros formados para el CAREM podrían emigrar a programas SMR extranjeros.

Estos cuestionamientos merecen atención, pero conviene aislar la paja del trigo. La historia muestra que las crisis macro arrastraron al CAREM más veces que las disputas partidarias. Sin ancla fiscal ni acceso a capitales, cualquier reactor –nuevo o viejo– es inviable. Por eso, otorgar al Gobierno “el beneficio de la duda” hasta consolidar la macro no equivale a abrazar una agenda anti‑nuclear; equivale a reconocer una restricción de realidad.

Cinco claves para que el plan no naufrague

Aun compartiendo el diagnóstico oficial sobre oportunidades SMR, hay lecciones del CAREM que no pueden repetirse:

  1. Gobernanza y cronograma público: el proyecto precisa una task force interinstitucional (CNEA‑NA‑SA‑INVAP) con metas semestrales, presupuesto plurianual y KPIs transparentes.
  2. Financiamiento blindado: fondeo multianual autorizado por ley o fideicomiso específico, ligado a hitos verificables y no al ciclo presupuestario.
  3. Cadena de suministro local versus importada: definir qué componentes se fabricarán en el país y cuál es la curva de aprendizaje industrial.
  4. Licenciamiento temprano: interactuar desde el diseño conceptual con la Autoridad Regulatoria Nuclear y con agencias de referencia (US‑NRC, CSA, ASN) para evitar cuellos de botella regulatorios.
  5. Inserción regional: la potencial clientela natural para un SMR argentino está en América del Sur. Requiere diplomacia tecnológica y esquemas de financiamiento que hagan competitivo el producto frente a ofertas rusas, chinas o estadounidenses.

Conclusión: estabilidad macro, visión de Estado y consenso político

El CAREM deja una lección simple: ningún proyecto nuclear sobrevive a un país macro‑inestable. Si el Gobierno quiere tener un prototipo SMR en red antes de 2030, deberá acelerar el diseño, asegurar recursos y –sobre todo– sostener la estabilidad económica que hoy reclama sacrificios sociales significativos.

Desde una oposición constructiva resulta más productivo debatir la viabilidad técnica‑comercial de cada camino (actualizar el CAREM, pivotear a un SMR de 300 MW o combinar ambos) que reducir la discusión a a favor o en contra del plan nuclear de turno. De igual modo, el oficialismo debería explicar con datos duros por qué el CAREM se volvió antieconómico y publicar, cuanto antes, el cronograma y las fuentes de financiamiento de la nueva iniciativa.

La energía nuclear representa una oportunidad estratégica para diversificar la matriz eléctrica, impulsar industria de alto contenido tecnológico y proyectar a Argentina como exportador de bienes de capital. Pero, como enseña la cronología del CAREM, el reactor más sofisticado puede apagarse antes de encender si el contexto político‑económico no ofrece la mínima previsibilidad.

Convertir el nuevo plan nuclear en realidad exigirá algo más que discursos y fotos protocolares: demandará política de Estado, coordinación pública‑privada y una macro que no se derrumbe cada lustro. Sin esas tres piezas, el impulso global de los SMR volverá a pasar de largo.

La apuesta por los pequeños reactores modulares (SMR) devuelve a Argentina a la conversación energética global. Con décadas de experiencia y un ecosistema técnico consolidado, el país tiene la oportunidad de competir como proveedor nuclear en un mercado en expansión. Pero sin estabilidad macroeconómica, financiamiento sostenido y una estrategia coordinada entre actores públicos y privados, ni el mejor plan sobrevive. La lección del CAREM es clara: sin política de Estado, todo reactor se apaga antes de encender.

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