EEUU toma nota del capitalismo de Estado chino

EEUU toma nota del capitalismo de Estado chino

Los vínculos entre las big tech y el Pentágono, junto con el dirigismo estatal, llevan a Estados Unidos al capitalismo de Estado.

En los últimos años la política internacional estuvo marcada por la bipolaridad entre Estados Unidos y China. La guerra comercial iniciada por Trump en su primer mandato fue continuada por Biden y ahora se profundiza más con el segundo mandato del disruptivo presidente. Pero, como advertía Nietzsche, quien lucha contra monstruos puede terminar convirtiéndose en uno, y hoy Estados Unidos se parece cada vez más al país asiático.

Si bien el gobierno chino permite que haya empresas privadas en su país, no por ello deja de influir en sus mesas directivas, opinando sobre sus CEOs y sus decisiones. Estados Unidos se negó a ello históricamente, y la influencia del Estado en la economía solía limitarse a las regulaciones y la política monetaria. Si el Estado debía intervenir directamente en algo, lo hacía a través de sus propios organismos, y no mediante la injerencia en asuntos privados. Es así que la NASA, agencia pública, desarrolló el viaje espacial, y el Proyecto Manhattan, liderado por ingenieros del ejército estadounidense, la bomba atómica.

Hoy las cosas son distintas. La NASA de nuestra época es SpaceX, empresa privada liderada por Elon Musk. Los avances militares ya no son desarrollados únicamente por el ejército, sino también, y muchas veces principalmente, por empresas del llamado complejo militar-industrial y las big tech. Ya en su discurso de despedida de 1961, el ex-presidente Dwight Eisenhower advertía sobre la creciente influencia de este complejo, y recomendaba tenerlo vigilado para que no terminara influenciando decisiones que no debía. El poder que fue acumulando el complejo militar-industrial durante las décadas subsiguientes, y hasta el día de hoy, no necesita explicación, y de hecho fue uno de los puntos principales de la campaña de Trump.

Las big tech, por otro lado, empresas que desarrollan tecnología de punta, empezaron a vincularse con la industria de defensa estadounidense recién en las últimas décadas. Ya a fines de los ‘90 la CIA fundó la firma de inversión In-Q-Tel, especializada en aportar fondos a empresas emergentes que desarrollaran tecnologías de vigilancia, recopilación de inteligencia, análisis de datos y guerra cibernética. Una de sus inversiones fue en la empresa Keyhole, que conectaba imágenes satelitales con fotos aéreas para crear modelos tridimensionales de la superficie de la tierra. Esta tecnología fue usada posteriormente en la guerra de Irak (1). La empresa fue posteriormente comprada por Google en el 2004, lo que para el periodista Yasha Levine supuso el momento en que el gigante tecnológico empezó a integrarse en el gobierno de los Estados Unidos (2).

Otro organismo de fines similares a In-Q-Tel es la Unidad de Innovación de Defensa (DIU), creada por el secretario de defensa de Obama, Ash Carter, en el 2015. Este organismo construyó su sede en la localidad de Mountain View, a poca distancia del campus de Google, conocido como Googleplex. También se encuentran cerca las oficinas de otras empresas tecnológicas como Amazon, LinkedIn y Microsoft, además de empresas de defensa como Lockheed Martin y Northtrop Grumman. Sus objetivos eran hacer participar a militares estadounidenses en los proyectos de las empresas tecnológicas emergentes, para después poder aplicar esas tecnologías a usos militares. De la misma forma, se invitaba a los expertos informáticos a pasar un tiempo en el Departamento de Defensa. El organismo, fundado por la administración Obama, siguió creciendo durante la presidencia de Trump, pasando de un presupuesto de 30 millones de dólares en 2018 a uno de 168 millones en 2020.

Estos avances en la integración entre tecnología y defensa llevaron a una protesta de los trabajadores de Google en febrero del 2018, cuando se filtraron correos electrónicos sobre el Proyecto Maven. Este proyecto estaba orientado a la aplicación de inteligencia artificial en sistemas armamentísticos. La protesta tuvo cierto éxito inicial, terminando la colaboración de Google con el Pentágono. Pero esto fue temporal, ya que durante el 2019 se conoció que la colaboración continuaba mediante empresas terceras, aunque fuertemente vinculadas a Google.

Es así que llegamos al día de hoy, en el que la íntima vinculación entre las grandes empresas tecnológicas y el Departamento de Defensa ya está más que asumida. Hasta Donald Trump, que venía a terminar con el deep state, no tiene problemas en continuar esta relación. Pero Trump quiere también profundizar el control del Estado sobre estas empresas, tomando un rol más dirigista.

Por ejemplo, recientemente pidió la renuncia del CEO de Intel Lip-Bu Tan al considerar que su dirección no era conveniente para la seguridad nacional de Estados Unidos. Sin embargo, tras una reunión con Tan, Trump afirmó que su dirección de Intel era un éxito, y se rumorea que el gobierno podría comprar acciones de la empresa de microchips. Es desconocido el acuerdo al que llegaron, pero muestra claramente cómo el gobierno de Estados Unidos empieza a influir para que se tomen ciertas decisiones en las empresas de big tech .

Otro ejemplo de intervención del gobierno estadounidense en lo que antes se hubiera considerado como un asunto privado es el caso de la exportación de chips de inteligencia artificial de Nvidia a China. Las exportaciones de estos chips a China empezaron a prohibirse durante la presidencia de Joe Biden, por razones de seguridad nacional, y recientemente Trump concedió la exportación pero solo a cambio de que Nvidia le pague al gobierno un 15% de los ingresos por la venta de cada chip.

En síntesis, lo que se ve a lo largo de las décadas es cómo Estados Unidos fue alejándose de forma lenta pero segura de libre mercado más puro, para dirigirse hacia un capitalismo en el que el Estado ocupa un rol central, de forma similar a como es en China. Queda para futuros artículos analizar las consecuencias que esto puede tener en su sistema político, en su política exterior, y por lo tanto en Argentina.

EEUU va hacia el modelo chino

En los últimos años la política internacional estuvo marcada por la bipolaridad entre Estados Unidos y China. La guerra comercial iniciada por Trump en su primer mandato fue continuada por Biden y ahora se profundiza más con el segundo mandato del disruptivo presidente. Pero, como advertía Nietzsche, quien lucha contra monstruos puede terminar convirtiéndose en uno, y hoy Estados Unidos se parece cada vez más al país asiático.

Si bien el gobierno chino permite que haya empresas privadas en su país, no por ello deja de influir en sus mesas directivas, opinando sobre sus CEOs y sus decisiones. Estados Unidos se negó a ello históricamente, y la influencia del Estado en la economía solía limitarse a las regulaciones y la política monetaria. Si el Estado debía intervenir directamente en algo, lo hacía a través de sus propios organismos, y no mediante la injerencia en asuntos privados. Es así que la NASA, agencia pública, desarrolló el viaje espacial, y el Proyecto Manhattan, liderado por ingenieros del ejército estadounidense, la bomba atómica.

Hoy las cosas son distintas. La NASA de nuestra época es SpaceX, empresa privada liderada por Elon Musk. Los avances militares ya no son desarrollados únicamente por el ejército, sino también, y muchas veces principalmente, por empresas del llamado complejo militar-industrial y las big tech. Ya en su discurso de despedida de 1961, el ex-presidente Dwight Eisenhower advertía sobre la creciente influencia de este complejo, y recomendaba tenerlo vigilado para que no terminara influenciando decisiones que no debía. El poder que fue acumulando el complejo militar-industrial durante las décadas subsiguientes, y hasta el día de hoy, no necesita explicación, y de hecho fue uno de los puntos principales de la campaña de Trump.

Las big tech, por otro lado, empresas que desarrollan tecnología de punta, empezaron a vincularse con la industria de defensa estadounidense recién en las últimas décadas. Ya a fines de los ‘90 la CIA fundó la firma de inversión In-Q-Tel, especializada en aportar fondos a empresas emergentes que desarrollaran tecnologías de vigilancia, recopilación de inteligencia, análisis de datos y guerra cibernética. Una de sus inversiones fue en la empresa Keyhole, que conectaba imágenes satelitales con fotos aéreas para crear modelos tridimensionales de la superficie de la tierra. Esta tecnología fue usada posteriormente en la guerra de Irak. La empresa fue posteriormente comprada por Google en el 2004, lo que para el periodista Yasha Levine supuso el momento en que el gigante tecnológico empezó a integrarse en el gobierno de los Estados Unidos.

Otro organismo de fines similares a In-Q-Tel es la Unidad de Innovación de Defensa (DIU), creada por el secretario de defensa de Obama, Ash Carter, en el 2015. Este organismo construyó su sede en la localidad de Mountain View, a poca distancia del campus de Google, conocido como Googleplex. También se encuentran cerca las oficinas de otras empresas tecnológicas como Amazon, LinkedIn y Microsoft, además de empresas de defensa como Lockheed Martin y Northtrop Grumman. Sus objetivos eran hacer participar a militares estadounidenses en los proyectos de las empresas tecnológicas emergentes, para después poder aplicar esas tecnologías a usos militares. De la misma forma, se invitaba a los expertos informáticos a pasar un tiempo en el Departamento de Defensa. El organismo, fundado por la administración Obama, siguió creciendo durante la presidencia de Trump, pasando de un presupuesto de 30 millones de dólares en 2018 a uno de 168 millones en 2020.

Estos avances en la integración entre tecnología y defensa llevaron a una protesta de los trabajadores de Google en febrero del 2018, cuando se filtraron correos electrónicos sobre el Proyecto Maven. Este proyecto estaba orientado a la aplicación de inteligencia artificial en sistemas armamentísticos. La protesta tuvo cierto éxito inicial, terminando la colaboración de Google con el Pentágono. Pero esto fue temporal, ya que durante el 2019 se conoció que la colaboración continuaba mediante empresas terceras, aunque fuertemente vinculadas a Google.

Es así que llegamos al día de hoy, en el que la íntima vinculación entre las grandes empresas tecnológicas y el Departamento de Defensa ya está más que asumida. Hasta Donald Trump, que venía a terminar con el deep state, no tiene problemas en continuar esta relación. Pero Trump quiere también profundizar el control del Estado sobre estas empresas, tomando un rol más dirigista.

Por ejemplo, recientemente pidió la renuncia del CEO de Intel Lip-Bu Tan al considerar que su dirección no era conveniente para la seguridad nacional de Estados Unidos. Sin embargo, tras una reunión con Tan, Trump afirmó que su dirección de Intel era un éxito, y se rumorea que el gobierno podría comprar acciones de la empresa de microchips. Es desconocido el acuerdo al que llegaron, pero muestra claramente cómo el gobierno de Estados Unidos empieza a influir para que se tomen ciertas decisiones en las empresas de big tech (3), (4).

Otro ejemplo de intervención del gobierno estadounidense en lo que antes se hubiera considerado como un asunto privado es el caso de la exportación de chips de inteligencia artificial de Nvidia a China. Las exportaciones de estos chips a China empezaron a prohibirse durante la presidencia de Joe Biden, por razones de seguridad nacional, y recientemente Trump concedió la exportación pero solo a cambio de que Nvidia le pague al gobierno un 15% de los ingresos por la venta de cada chip (5).

En síntesis, lo que se ve a lo largo de las décadas es cómo Estados Unidos fue alejándose de forma lenta pero segura de libre mercado más puro, para dirigirse hacia un capitalismo en el que el Estado ocupa un rol central, de forma similar a como es en China. Queda para futuros artículos analizar las consecuencias que esto puede tener en su sistema político, en su política exterior, y por lo tanto en Argentina.

EEUU va hacia el modelo chino

En los últimos años la política internacional estuvo marcada por la bipolaridad entre Estados Unidos y China. La guerra comercial iniciada por Trump en su primer mandato fue continuada por Biden y ahora se profundiza más con el segundo mandato del disruptivo presidente. Pero, como advertía Nietzsche, quien lucha contra monstruos puede terminar convirtiéndose en uno, y hoy Estados Unidos se parece cada vez más al país asiático.

Si bien el gobierno chino permite que haya empresas privadas en su país, no por ello deja de influir en sus mesas directivas, opinando sobre sus CEOs y sus decisiones. Estados Unidos se negó a ello históricamente, y la influencia del Estado en la economía solía limitarse a las regulaciones y la política monetaria. Si el Estado debía intervenir directamente en algo, lo hacía a través de sus propios organismos, y no mediante la injerencia en asuntos privados. Es así que la NASA, agencia pública, desarrolló el viaje espacial, y el Proyecto Manhattan, liderado por ingenieros del ejército estadounidense, la bomba atómica.

Hoy las cosas son distintas. La NASA de nuestra época es SpaceX, empresa privada liderada por Elon Musk. Los avances militares ya no son desarrollados únicamente por el ejército, sino también, y muchas veces principalmente, por empresas del llamado complejo militar-industrial y las big tech. Ya en su discurso de despedida de 1961, el ex-presidente Dwight Eisenhower advertía sobre la creciente influencia de este complejo, y recomendaba tenerlo vigilado para que no terminara influenciando decisiones que no debía. El poder que fue acumulando el complejo militar-industrial durante las décadas subsiguientes, y hasta el día de hoy, no necesita explicación, y de hecho fue uno de los puntos principales de la campaña de Trump.

Las big tech, por otro lado, empresas que desarrollan tecnología de punta, empezaron a vincularse con la industria de defensa estadounidense recién en las últimas décadas. Ya a fines de los ‘90 la CIA fundó la firma de inversión In-Q-Tel, especializada en aportar fondos a empresas emergentes que desarrollaran tecnologías de vigilancia, recopilación de inteligencia, análisis de datos y guerra cibernética. Una de sus inversiones fue en la empresa Keyhole, que conectaba imágenes satelitales con fotos aéreas para crear modelos tridimensionales de la superficie de la tierra. Esta tecnología fue usada posteriormente en la guerra de Irak. La empresa fue posteriormente comprada por Google en el 2004, lo que para el periodista Yasha Levine supuso el momento en que el gigante tecnológico empezó a integrarse en el gobierno de los Estados Unidos.

Otro organismo de fines similares a In-Q-Tel es la Unidad de Innovación de Defensa (DIU), creada por el secretario de defensa de Obama, Ash Carter, en el 2015. Este organismo construyó su sede en la localidad de Mountain View, a poca distancia del campus de Google, conocido como Googleplex. También se encuentran cerca las oficinas de otras empresas tecnológicas como Amazon, LinkedIn y Microsoft, además de empresas de defensa como Lockheed Martin y Northtrop Grumman. Sus objetivos eran hacer participar a militares estadounidenses en los proyectos de las empresas tecnológicas emergentes, para después poder aplicar esas tecnologías a usos militares. De la misma forma, se invitaba a los expertos informáticos a pasar un tiempo en el Departamento de Defensa. El organismo, fundado por la administración Obama, siguió creciendo durante la presidencia de Trump, pasando de un presupuesto de 30 millones de dólares en 2018 a uno de 168 millones en 2020.

Estos avances en la integración entre tecnología y defensa llevaron a una protesta de los trabajadores de Google en febrero del 2018, cuando se filtraron correos electrónicos sobre el Proyecto Maven. Este proyecto estaba orientado a la aplicación de inteligencia artificial en sistemas armamentísticos. La protesta tuvo cierto éxito inicial, terminando la colaboración de Google con el Pentágono. Pero esto fue temporal, ya que durante el 2019 se conoció que la colaboración continuaba mediante empresas terceras, aunque fuertemente vinculadas a Google.

Es así que llegamos al día de hoy, en el que la íntima vinculación entre las grandes empresas tecnológicas y el Departamento de Defensa ya está más que asumida. Hasta Donald Trump, que venía a terminar con el deep state, no tiene problemas en continuar esta relación. Pero Trump quiere también profundizar el control del Estado sobre estas empresas, tomando un rol más dirigista.

Por ejemplo, recientemente pidió la renuncia del CEO de Intel Lip-Bu Tan al considerar que su dirección no era conveniente para la seguridad nacional de Estados Unidos. Sin embargo, tras una reunión con Tan, Trump afirmó que su dirección de Intel era un éxito, y se rumorea que el gobierno podría comprar acciones de la empresa de microchips. Es desconocido el acuerdo al que llegaron, pero muestra claramente cómo el gobierno de Estados Unidos empieza a influir para que se tomen ciertas decisiones en las empresas de big tech .

Otro ejemplo de intervención del gobierno estadounidense en lo que antes se hubiera considerado como un asunto privado es el caso de la exportación de chips de inteligencia artificial de Nvidia a China. Las exportaciones de estos chips a China empezaron a prohibirse durante la presidencia de Joe Biden, por razones de seguridad nacional, y recientemente Trump concedió la exportación pero solo a cambio de que Nvidia le pague al gobierno un 15% de los ingresos por la venta de cada chip.

En síntesis, lo que se ve a lo largo de las décadas es cómo Estados Unidos fue alejándose de forma lenta pero segura de libre mercado más puro, para dirigirse hacia un capitalismo en el que el Estado ocupa un rol central, de forma similar a como es en China. Queda para futuros artículos analizar las consecuencias que esto puede tener en su sistema político, en su política exterior, y por lo tanto en Argentina.EEUU va hacia el modelo chino

En los últimos años la política internacional estuvo marcada por la bipolaridad entre Estados Unidos y China. La guerra comercial iniciada por Trump en su primer mandato fue continuada por Biden y ahora se profundiza más con el segundo mandato del disruptivo presidente. Pero, como advertía Nietzsche, quien lucha contra monstruos puede terminar convirtiéndose en uno, y hoy Estados Unidos se parece cada vez más al país asiático.

Si bien el gobierno chino permite que haya empresas privadas en su país, no por ello deja de influir en sus mesas directivas, opinando sobre sus CEOs y sus decisiones. Estados Unidos se negó a ello históricamente, y la influencia del Estado en la economía solía limitarse a las regulaciones y la política monetaria. Si el Estado debía intervenir directamente en algo, lo hacía a través de sus propios organismos, y no mediante la injerencia en asuntos privados. Es así que la NASA, agencia pública, desarrolló el viaje espacial, y el Proyecto Manhattan, liderado por ingenieros del ejército estadounidense, la bomba atómica.

Hoy las cosas son distintas. La NASA de nuestra época es SpaceX, empresa privada liderada por Elon Musk. Los avances militares ya no son desarrollados únicamente por el ejército, sino también, y muchas veces principalmente, por empresas del llamado complejo militar-industrial y las big tech. Ya en su discurso de despedida de 1961, el ex-presidente Dwight Eisenhower advertía sobre la creciente influencia de este complejo, y recomendaba tenerlo vigilado para que no terminara influenciando decisiones que no debía. El poder que fue acumulando el complejo militar-industrial durante las décadas subsiguientes, y hasta el día de hoy, no necesita explicación, y de hecho fue uno de los puntos principales de la campaña de Trump.

Las big tech, por otro lado, empresas que desarrollan tecnología de punta, empezaron a vincularse con la industria de defensa estadounidense recién en las últimas décadas. Ya a fines de los ‘90 la CIA fundó la firma de inversión In-Q-Tel, especializada en aportar fondos a empresas emergentes que desarrollaran tecnologías de vigilancia, recopilación de inteligencia, análisis de datos y guerra cibernética. Una de sus inversiones fue en la empresa Keyhole, que conectaba imágenes satelitales con fotos aéreas para crear modelos tridimensionales de la superficie de la tierra. Esta tecnología fue usada posteriormente en la guerra de Irak. La empresa fue posteriormente comprada por Google en el 2004, lo que para el periodista Yasha Levine supuso el momento en que el gigante tecnológico empezó a integrarse en el gobierno de los Estados Unidos.

Otro organismo de fines similares a In-Q-Tel es la Unidad de Innovación de Defensa (DIU), creada por el secretario de defensa de Obama, Ash Carter, en el 2015. Este organismo construyó su sede en la localidad de Mountain View, a poca distancia del campus de Google, conocido como Googleplex. También se encuentran cerca las oficinas de otras empresas tecnológicas como Amazon, LinkedIn y Microsoft, además de empresas de defensa como Lockheed Martin y Northtrop Grumman. Sus objetivos eran hacer participar a militares estadounidenses en los proyectos de las empresas tecnológicas emergentes, para después poder aplicar esas tecnologías a usos militares. De la misma forma, se invitaba a los expertos informáticos a pasar un tiempo en el Departamento de Defensa. El organismo, fundado por la administración Obama, siguió creciendo durante la presidencia de Trump, pasando de un presupuesto de 30 millones de dólares en 2018 a uno de 168 millones en 2020.

Estos avances en la integración entre tecnología y defensa llevaron a una protesta de los trabajadores de Google en febrero del 2018, cuando se filtraron correos electrónicos sobre el Proyecto Maven. Este proyecto estaba orientado a la aplicación de inteligencia artificial en sistemas armamentísticos. La protesta tuvo cierto éxito inicial, terminando la colaboración de Google con el Pentágono. Pero esto fue temporal, ya que durante el 2019 se conoció que la colaboración continuaba mediante empresas terceras, aunque fuertemente vinculadas a Google.

Es así que llegamos al día de hoy, en el que la íntima vinculación entre las grandes empresas tecnológicas y el Departamento de Defensa ya está más que asumida. Hasta Donald Trump, que venía a terminar con el deep state, no tiene problemas en continuar esta relación. Pero Trump quiere también profundizar el control del Estado sobre estas empresas, tomando un rol más dirigista.

Por ejemplo, recientemente pidió la renuncia del CEO de Intel Lip-Bu Tan al considerar que su dirección no era conveniente para la seguridad nacional de Estados Unidos. Sin embargo, tras una reunión con Tan, Trump afirmó que su dirección de Intel era un éxito, y se rumorea que el gobierno podría comprar acciones de la empresa de microchips. Es desconocido el acuerdo al que llegaron, pero muestra claramente cómo el gobierno de Estados Unidos empieza a influir para que se tomen ciertas decisiones en las empresas de big tech .

Otro ejemplo de intervención del gobierno estadounidense en lo que antes se hubiera considerado como un asunto privado es el caso de la exportación de chips de inteligencia artificial de Nvidia a China. Las exportaciones de estos chips a China empezaron a prohibirse durante la presidencia de Joe Biden, por razones de seguridad nacional, y recientemente Trump concedió la exportación pero solo a cambio de que Nvidia le pague al gobierno un 15% de los ingresos por la venta de cada chip.

En síntesis, lo que se ve a lo largo de las décadas es cómo Estados Unidos fue alejándose de forma lenta pero segura de libre mercado más puro, para dirigirse hacia un capitalismo en el que el Estado ocupa un rol central, de forma similar a como es en China. Queda para futuros artículos analizar las consecuencias que esto puede tener en su sistema político, en su política exterior, y por lo tanto en Argentina.

1. TNI, “La militarización de las grandes empresas tecnológicas”, 24 de noviembre de 2023.

2. The Guardian, “ Google’s Earth: how the tech giant is helping the state spy on us”, 20 de diciembre de 2018.

3. CNBC, “Trump flip-flops on Intel CEO, calls him ‘success’ days after demanding resignation”, 11 de agosto de 2025.

4. Bloomberg, “Trump Administration Said to Discuss US Taking Stake in Intel”, 14 de agosto de 2025.

5. La Nación, “Cómo hizo Donald Trump para quedarse con el 15% de las ventas a China de Nvidia, la empresa más valiosa de la historia”, 12 de agosto de 2025.

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