La brecha digital inversa: por qué la IA favorece a los que más saben, no a los más jóvenes

La brecha digital inversa: por qué la IA favorece a los que más saben, no a los más jóvenes

La IA respeta, valora y amplifica el trabajo de toda tu vida.

Por Mauricio Vázquez y Lautaro N. Rubbi

La narrativa convencional sobre la tecnología ha postulado durante mucho tiempo que cada nueva ola de innovación crea una brecha generacional, dejando atrás a quienes no son «nativos digitales». Sin embargo, la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA) generativa está invirtiendo esta lógica. 

La nueva y más peligrosa brecha digital no es de acceso o de fluidez en el manejo de interfaces, sino de criterio. Desde esta perspectiva, paradójicamente, las generaciones más jóvenes, las más rápidas en adoptar estas herramientas, son las que se encuentran en una posición de mayor vulnerabilidad cognitiva, mientras que las generaciones con mayor experiencia acumulada están excepcionalmente posicionadas para capitalizar el verdadero potencial de la IA.

Frente a esto, es importante remarcar que el pánico moral que acompaña a cada revolución tecnológica a menudo se basa en una mala interpretación de la propia tecnología. La IA no es una inteligencia autónoma y omnisciente que viene a remplazar el pensamiento humano. Es, en su esencia, una herramienta estadística de una potencia sin precedentes, cuyo valor no reside en su autonomía, sino en su capacidad para amplificar la inteligencia y el juicio de quien la dirige. En este nuevo paradigma, la experiencia y el criterio no son reliquias del pasado destinadas a ser automatizadas, sino el activo más valioso y escaso.

Una investigación publicada por el Pew Research Center en 2023 reveló que los adultos mayores en Estados Unidos, aunque más lentos en adoptar nuevas tecnologías, tienden a usarlas con mayor criterio y desconfianza activa: solo el 19% de los mayores de 50 años comparte información sin verificar, frente al 31% en el grupo de entre 18 y 29 años. Esta diferencia de comportamiento subraya cómo la experiencia puede convertirse en un filtro crítico frente al uso acrítico de tecnologías avanzadas.

Así mismo, en nuestro país, un informe elaborado por el Ministerio de Trabajo ofrece un dato local contundente: el 54% de los puestos de trabajo asalariados registrados del sector privado en el país se encuentran en ocupaciones con una alta exposición a la automatización o complementariedad por parte de la IA generativa. Esto equivale a aproximadamente 3 millones de empleos. En la mayoría de los casos no se tratará de una sustitución completa, sino de una complementariedad, donde la IA asistirá y aumentará las capacidades del trabajador humano.

En este contexto, es crucial distinguir entre competencias técnicas y empleabilidad. Saber usar una herramienta no equivale a saber cuándo y por qué usarla. La experiencia que se adquiere tras años de práctica permite no solo operar tecnologías, sino aplicarlas con sentido estratégico, ético y contextual. Las organizaciones más exitosas no son las que acumulan perfiles técnicos, sino las que saben combinarlos con trayectorias que aporten juicio, perspectiva y comprensión profunda del entorno. La empleabilidad en la era de la IA no dependerá únicamente de saber ejecutar, sino de poder decidir con criterio.

En última instancia, la IA está provocando una revalorización económica de las habilidades. Al automatizar tareas cognitivas rutinarias, devalúa la capacidad de simplemente ejecutar dichas tareas. El verdadero valor se desplaza hacia las capacidades que la IA nop puede replicar: el juicio ético, la creatividad estratégica, la resolución de problemas complejos y la validación crítica. Estas son, precisamente, las habilidades que se perfeccionan a lo largo de una carrera. En la era de la IA, la prima por la experiencia no disminuirá, sino que se disparará, por lo que la estrategia inteligente no es reemplazar a los expertos o a los trabajadores de mayor edad, sino construir sistemas que capturen y amplifiquen continuamente su conocimiento para entrenar tanto a la IA como a la próxima generación de recursos humanos.

Para un profesional con décadas de experiencia, la IA se convierte en el asistente definitivo. Puede ayudar a organizar y sintetizar una vida entera de conocimientos, redactar artículos, libros o planes de negocio, analizar datos complejos que antes requerían un equipo de analistas y gestionar las tareas administrativas que consumen tiempo valioso. Esto libera al experto para que se concentre exclusivamente en lo que solo él puede hacer: la estrategia de alto nivel, la creatividad, la mentoría y la toma de decisiones críticas.

Más aun, el concepto de «inclusión digital» para las personas mayores debe ser urgentemente actualizado. Durante años, el objetivo ha sido principalmente combatir el aislamiento social y facilitar el acceso a servicios básicos. Si bien estos son fines loables, representan una visión limitada y, en cierto modo, pasiva del rol que las personas con experiencia pueden jugar en la sociedad digital. La IA generativa ofrece la oportunidad de pasar de un modelo de inclusión basado en el bienestar a uno basado en la creación de valor, transformando la experiencia en un motor de productividad e innovación.

Al mismo tiempo, los sistemas de pensiones atraviesan crisis crecientes en todo el mundo, con déficits estructurales que han reactivado debates sobre la necesidad de extender la edad laboral. Frente a este desafío demográfico y financiero, la IA se presenta como un aliado clave: permite rediseñar el trabajo de las personas mayores, liberándolas de tareas físicas o rutinarias y valorizando sus competencias estratégicas. Lejos de ser un obstáculo, la longevidad activa puede convertirse en una ventaja si se integra con inteligencia tecnológica.

Tradicionalmente, los programas de inclusión digital para la tercera edad se han centrado en enseñar a usar redes sociales para conectar con la familia, realizar trámites bancarios en línea o acceder a portales de noticias. Sin embargo, la propia tecnología está derribando las barreras que antes justificaban este enfoque básico. 

El argumento de que las personas mayores «no saben usar la tecnología» se vuelve cada vez más obsoleto con el auge de las interfaces conversacionales. La interacción con una IA potente puede ser tan simple como hablar o escribir una pregunta en lenguaje natural, eliminando la necesidad de navegar menús complejos o aprender software específico.

Se abren así oportunidades sin precedentes para monetizar y escalar una vida de experiencia. Un ingeniero jubilado puede usar la IA para desarrollar nuevos marcos de consultoría y ofrecer sus servicios globalmente. Un médico experimentado puede utilizarla para sintetizar las últimas investigaciones y escribir artículos de divulgación para el público. Un artesano maestro puede emplearla para crear manuales de formación detallados y cursos en línea, preservando y transmitiendo su oficio a una nueva generación. La IA se convierte en el mecanismo para transformar el conocimiento tácito e individual en un activo escalable, duradero y económicamente productivo.

Esta es la verdadera inclusión digital. No se trata de enseñarle a un adulto mayor a usar una aplicación de mensajería, sino de empoderarlo con una herramienta que respeta, valora y amplifica el trabajo de toda su vida. Es asegurar que su criterio, pulido durante décadas, siga siendo una fuerza vital y relevante en la economía y la sociedad. Este cambio de paradigma, de una inclusión para el bienestar social a una inclusión para la creación de valor económico, representa la oportunidad más profunda que la IA ofrece para cerrar, y no para ensanchar, la brecha generacional.

Fuente: El Economista

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