La inestabilidad política lleva a la inestabilidad económica y al desperdicio de la geopolítica
En Argentina vivimos sin política de Estado, solo con políticas de gobierno. Esta afirmación fue tan repetida durante años que hasta puede parecer trillada para muchos. Y sin embargo, pareciera que los políticos de nuestro país nunca toman nota de lo problemático que resulta esto. Durante las últimas décadas, todos los gobiernos tuvieron como estrategia polarizar con la oposición al extremo, sin pensar en qué pasaría cuando esa oposición demonizada llegue al poder.
Esto lleva a inconsistencias en todos los aspectos de la política: ministerios que abren y cierran, impuestos que suben y bajan, regulaciones que van y vienen, etc. Prácticamente ninguna de las políticas públicas de nuestro país tiene una dirección clara y estable y, para nuestra desgracia, hasta los mejores de los planes caen en saco roto si no se ejecutan de forma consistente y son abandonados poco después de su inicio.
En política exterior esto es particularmente perjudicial. ¿Qué país o entidad querría negociar con Argentina, sabiendo que a los pocos años las condiciones de negociación pueden cambiar drásticamente? Mientras nuestros vecinos negocian proyectos de inversión y alianzas a medio y largo plazo, nosotros nos tenemos gobiernos que se llevan bien con otros gobiernos, pero no países aliados de nuestro país.
Es así que en 2015 pasamos de una política exterior que podríamos calificar de antioccidental a una política exterior que buscaba formar parte de la red de alianzas de dicho bloque. Posteriormente volvimos a la política exterior más escéptica de occidente, aunque con el aditivo de priorizar las relaciones con China. En las últimas elecciones, un candidato presidencial proponía relaciones equidistantes con China y EEUU mientras que el otro proponía la alineación total con el segundo. El problema es que no hay ninguna garantía de que esta posición dure más que unos pocos años.
La razón del problema radica en que le impide a nuestro país comprometerse en proyectos de mediano o largo plazo. A modo de ejemplo, recientemente Brasil firmó con China un entendimiento para iniciar los estudios técnicos en torno a la construcción del tren bioceánico Brasil-Perú. Este es un proyecto que busca conectar el puerto de Santos en Brasil, que da al océano Atlántico, con el puerto de Bayóvar en Perú, que da al océano Pacífico, parando en múltiples localidades con productos para exportar.
Se estima que la construcción del tren generará más de 193.000 puestos de trabajo directos e indirectos, con una capacidad de carga de 40.000 toneladas por día a una velocidad constante de 80km/h. Esta obra de infraestructura supondría una oportunidad de crecimiento enorme para las economías regionales exportadoras de Brasil y Perú. Pero el proyecto solo es posible debido a la continuidad de estrategias geopolíticas de China, Brasil y también Perú, cuyo Congreso recientemente declaró al proyecto de interés nacional. ¿Sería algo así posible en Argentina? ¿Se arriesgaría otro país a firmar un proyecto de tal escala y a comprometer financiamiento sabiendo que nuestro próximo gobierno podría oponerse radicalmente a cualquier proyecto del gobierno anterior?
Lo cierto es que dadas nuestras recurrentes crisis macroeconómicas, las relaciones exteriores de nuestro país suelen orientarse sobre todo a conseguir financiamiento. En este sentido tenemos dos ejemplos recientes de beneficios financieros como consecuencia de buenas relaciones políticas. El primero es el swap con China del 2023. En ese momento, el ministro de economía Sergio Massa, quien prometía buenas relaciones con China en caso de ser electo presidente, se aseguró un swap de 10 mil millones de dólares para sostener el tipo de cambio. El segundo ejemplo es la línea de financiamiento recientemente anunciada por Estados Unidos, con el objetivo de defender el actual tipo de cambio dentro de las bandas cambiarias (nuevamente en un contexto preelectoral).
De estas experiencias podemos extraer dos conclusiones. La primera es que Argentina es un país lo suficientemente importante en el actual contexto internacional como para que las principales potencias del mundo estén dispuestas a prestarnos miles de millones de dólares a cambio de sostener a un gobierno aliado. La segunda es que, justamente debido a la ausencia de una política exterior coherente, estos dólares suelen utilizarse para mantener cierta estabilidad cambiaria en contexto preelectorales.
Estos contextos son inestables justamente por la incapacidad de diálogo entre oficialismo y oposición (siendo que esta última siempre se beneficia de la inestabilidad económica y financiera). La consecuencia es que estos dólares, que podrían utilizarse en proyectos de infraestructura importantes, se malgastan en mantener una estabilidad financiera que podría asegurarse a menor costo si los principales partidos políticos acordaran ciertas políticas básicas. Es más, si el desarrollo continuado en proyectos de infraestructura estuviera garantizado, probablemente llegaría mucha más inversión de la que llega para apoyar a un gobierno particular.












